西语助手
2023-12-21
El universo observable es un lugar grande que lleva ahí más de 13 000 millones de años.
Hasta dos billones de galaxias formadas por unos 20 000 trillones de estrellas que rodean nuestra galaxia nativa.
Tan solo en la Vía Láctea, se cree que hay unos 40 000 millones de planetas tipo Tierra en la zona habitable de sus estrellas.
A la vista de estas cifras, es difícil pensar que no haya nadie más ahí afuera.
Encontrar a otros cambiaría para siempre nuestra percepción de nosotros mismos.
Simplemente saber que este inmenso lugar no está muerto,
quizás modifique nuestra perspectiva externa y nos ayude con las peleas irrelevantes.
Pero antes de buscar nuevos mejores amigos o peores enemigos,
debemos resolver un problema: ¿qué es lo que buscamos?
En un universo tan grande y antiguo,
debemos asumir distancias de millones de años en el inicio de las distintas civilizaciones y diferentes direcciones y ritmos de desarrollo.
No solo miramos a distancias de docenas a cientos de miles de años luz,
sino que buscamos civilizaciones desde la edad de piedra a superavanzadas.
Por eso necesitamos un marco conceptual que nos dé ideas para poder buscar mejor.
¿Hay alguna regla universal que sigan las especies inteligentes?
Ahora nuestra muestra de civilizaciones es de una unidad,
lo que nos podría llevar a conclusiones incorrectas,
basadas exclusivamente en nosotros.
No obstante, es mejor que nada.
Sabemos que los humanos comenzaron con solo mentes y manos para construir herramientas.
Sabemos que somos curiosos, competitivos, ambiciosos de recursos y expansionistas.
Cuantas más cualidades de estas en nuestros ancestros,
más éxito en el juego de establecer civilizaciones.
Ser uno con la naturaleza es bonito,
pero no lleva a los sistemas de riego,
la pólvora o las ciudades.
Por eso resulta razonable asumir que unos alienígenas capaces de conquistar su planeta también tendrán estas cualidades.
Y si tienen que seguir las mismas leyes de la física,
existe una escala para medir el progreso:
el uso de energía.
El progreso humano se puede medir con mucha precisión por la cantidad de energía extraída del entorno y el modo en que la volvemos usable para hacer cosas.
Empezamos con músculos hasta que aprendimos a controlar el fuego.
Después fabricamos máquinas que usaban la energía cinética del agua y el viento.
Tras mejorar las máquinas y aumentar el conocimiento sobre los materiales,
empezamos a dominar la energía concentrada de las plantas muertas que extraíamos del suelo.
Mientras el consumo de energía crecía exponencialmente,
también lo hacían las habilidades de nuestra civilización.
Entre 1800 y 2015, el tamaño de la población se multiplicó por siete,
pero el consumo de energía lo hizo por 25.
Es probable que este proceso continúe mucho tiempo en el futuro.
Basándose en estos hechos, Nikolai Kardashev desarrolló un método para categorizar las civilizaciones,
de habitantes de las cavernas a dioses gobernando galaxias.
La escala Kardashev es un método de clasificación de las civilizaciones por su uso de la energía.
Aunque durante décadas la escala se ha refinado y expandido,
en términos generales establece cuatro categorías distintas.
La civilización de tipo 1, capaz de usar la energía disponible de su planeta original.
La civilización de tipo 2, capaz de usar la energía disponible de la estrella de su sistema planetario.
La civilización de tipo 3, capaz de usar la energía disponible de su galaxia.
Y la civilización de tipo 4, capaz de usar la energía disponible de varias galaxias.
Estos niveles difieren enormemente.
Son como comparar una colonia de hormigas con un área metropolitana humana.
Para las hormigas somos complejos y poderosos, podríamos ser dioses.
Por eso, para que la escala sea más útil, necesitamos subcategorías.
En el extremo inferior del espectro están las civilizaciones de tipo 0 a 1.
De los cazadores-recolectores a algo que quizás logremos en los próximos siglos.
Es posible que estas civilizaciones abunden en la Vía Láctea.
Pero, si no transmiten activamente señales de radio al espacio,
incluso estando tan cerca como nuestro vecino más próximo,
el sistema de Alfa Centauri, somos incapaces de darnos cuenta de su existencia.
Y aunque las transmitieran, quizás no podríamos detectarlas.
A escala interestelar, la humanidad es prácticamente invisible.
Nuestras señales pueden extenderse a una impresionante distancia de 200 años luz,
lo que es solo una pequeña fracción de la Vía Láctea.
Aunque hubiera alguien escuchando, unos pocos años luz después nuestras señales se convierten en ruido,
imposible de identificar como proveniente de una especie inteligente.
Hoy, la humanidad está en el nivel 0.75.
Hemos modificado el planeta,
creado estructuras enormes, minado y roturado montañas, eliminado selvas y desecado ciénagas,
establecido ríos y lagos, y cambiado la composición y temperatura de la atmósfera.
Si el progreso sigue y no volvemos la Tierra inhabitable,
en unos siglos nos convertiremos en una civilización de tipo 1 completa.
Cualquier civilización que alcance el tipo 1 está destinada a buscar fuera,
puesto que seguramente seguirá siendo curiosa,
competitiva, ambiciosa y expansionista.
El siguiente paso razonable para la transición al tipo 2 es intentar alterar y explotar los recursos de otros astros.
Podría comenzar con puestos de avanzada en el espacio,
después infraestructuras e industrias cerca del planeta nativo,
luego colonias y, por último, la terraformación de otros planetas modificando su atmósfera,
rotación o posición.
A medida que una civilización se expande y utiliza más y más material y espacio,
su consumo de energía aumenta.
Por eso, en algún momento quizás se embarquen en el proyecto más ambicioso que puede abordar una civilización de tipo 2 bajo:
dominar la energía de su estrella con un enjambre Dyson.
Una vez terminada esta megaestructura,
la energía será prácticamente ilimitada para moldear como más les convenga su sistema nativo.
Si siguen siendo curiosos, competitivos,
ambiciosos y expansionistas, y han conseguido el control completo de su sistema,
tienen la infraestructura estelar montada y toda la energía de una estrella,
la siguiente frontera se traslada a otras estrellas,
a años luz.
Para una civilización de tipo 2, la distancia a otras estrellas podría equivaler a nuestra apreciación actual de la distancia entre la Tierra y Plutón.
Técnicamente alcanzable pero a costa de una inmensa inversión en tiempo, ingenio y recursos.
Así comenzaría su transición al tipo 3.
Este paso está tan lejos de nosotros que resulta difícil imaginar los concretos desafíos a los que se enfrentarán y cómo solventarlos.
¿Serán capaces de encontrar una solución a las vastas distancias y los tiempos de viaje de cientos o miles de años?
¿Podrán comunicarse y mantener una biología y cultura compartidas entre colonias a años luz de distancia?
¿O se disgregarán en civilizaciones de tipo 2 separadas?
¿O incluso en especies diferentes?
¿Existen retos letales entre las estrellas?
De modo que cuanto más cerca del tipo 3,
más difícil se vuelve imaginar cuál podría ser el aspecto de esa especie.
Quizás descubran una física nueva, puede que comprendan y controlen la materia oscura y la energía,
o sean capaces de viajar más rápido que la luz.
Quizás nos resulte imposible entender sus motivos, tecnología y acciones.
Los humanos serían las hormigas, intentando comprender el área metropolitana galáctica.
Una civilización de tipo 2 alto podría incluso considerarnos demasiado primitivos para hablarnos.
Y una de tipo 3 creer que importamos tanto como nos importa a nosotros una bacteria dentro de un hormiguero.
Quizás pensarán que no tenemos conciencia y que nuestra supervivencia no es importante.
Solo podríamos rogar que fueran buenos dioses.
Pero la escala no termina aquí necesariamente.
Algunos científicos sugieren que podría haber civilizaciones de tipo 4 y de tipo 5,
cuya influencia se extienda sobre cúmulos de galaxias o supercúmulos,
estructuras de miles de galaxias y billones de estrellas.
Lo último sería una civilización de tipo omega.
Capaz de manipular todo el universo y posiblemente a otros.
Las civilizaciones de tipo omega podrían ser los verdaderos creadores de nuestro universo por razones que no alcanzamos a comprender.
O solo por aburrimiento.
Pese a sus posibles imperfecciones, este experimento intelectual ya lleva a interesantes conclusiones:
si nuestras ideas sobre la naturaleza de las especies que forman civilizaciones interestelares es en cierto modo correcta,
podemos estar bastante seguros de que no hay civilizaciones de tipo 3 o posteriores cerca de la Vía Láctea.
Es evidente que su influencia sería tan absolutamente envolvente y sus tecnologías tan avanzadísimas que sería imposible no percibirlas.
La galaxia debería destellar por su actividad en miles de sistemas estelares.
Tendríamos que poder ver o detectar sus artefactos o movimientos entre las distintas partes de su imperio.
Incluso si una civilización de tipo 3 hubiera existido en el pasado y se hubiera extinguido misteriosamente,
deberíamos poder detectar restos de su imperio.
Pero cuando las buscan, los científicos no encuentran restos de estrellas cosechadas,
ni megaestructuras en decadencia, ni cicatrices de grandes guerras interestelares.
Por eso es muy probable que no estén y que nunca hayan estado.
En cierto modo es muy triste, pero también muy tranquilizador.
Nos deja la galaxia para nosotros y para otros parecidos a nosotros.
Por eso, las civilizaciones más prometedoras a buscar deben estar en el espectro del tipo 1.5 a 2.5.
No serán tan avanzados como para no comprenderles ni comprender sus motivos.
Pueden haber terminado sus primeras megaestructuras y quizás estén en el proceso de trasladar material entre estrellas y transmitir muchísima información al espacio,
por accidente o a propósito.
Probablemente también miren a las estrellas y busquen a otros.
Y, nuevamente, quizás todo esté equivocado.
Quizás progresar al tipo 2 no signifique expandirse hacia afuera y la humanidad es todavía demasiado inmadura para imaginar otra cosa.
De momento, todo lo que sabemos es que no hemos visto aún a nadie.
Pero es que solo hemos empezado a mirar.
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