西语助手
2022-08-11
Llegar aquí indudablemente implica recorrer una vida.
La vida inmensa que nunca se recorre sola.
Aquí está mi madre, Clara, nada existiría en mi en este momento sin ella.
Aquí está mi padre, Gustavo, caribeño,
aquí están mis hermanos Adriana y Juan que me aguantaban y aún me aguantan.
Aquí están mis hijos, Nicolás Petro,
Nicolás Alcocer, Andrea y Andrés, Sofía y Antonella,
mis pequeñas que florecen de corazón y alma.
Aquí está Verónica Alcocer, quien me ha acompañado, quien me ha dado descendencia, la vida misma.
Quien el amor ha hecho todo posible.
Aquí no estará para acompañarme solamente,
sino para acompañar a las mujeres de Colombia en su esfuerzo para salir adelante,
para crear, para luchar, para ser, para superar la violencia dentro y fuera de las familias,
para construir la política del amor.
Aquí está como en el recorrido de mi existencia, el pueblo.
Las manos humildes del obrero, aquí están las campesinas y las que barren las calles.
Aquí están los corazones del trabajo,
las ilusiones de quien sufre, aquí están las mujeres trabajadoras que me han abrazado siempre cuando decaigo,
cuando me siento débil, el amor al pueblo,
a la gente que sufre excluida, es ese amor el que me tiene aquí para unir y construir ahora una Nación.
Así acababa Cien Años de Soledad de nuestro querido Gabriel García Márquez.
Abro comillas "Todo lo escrito en ellos era irrepetible desde siempre y para siempre porque las estirpes condenadas a cien años de soledad no tenían una segunda oportunidad sobre la tierra".
Los colombianos y las colombianas hemos sido muchas veces en nuestra historia enviados a la condena de lo imposible,
a la falta de oportunidades, a los no rotundos.
Quiero decirles a todos los colombianos y todas las colombianas que me están escuchando en esta Plaza Bolívar,
en los alrededores, en toda Colombia y en el exterior que hoy empieza nuestra segunda oportunidad.
Nos la hemos ganado, se la han ganado.
Su esfuerzo valió y valdrá la pena.
Es la hora del cambio.
Nuestro futuro no está escrito, somos dueños del esfero y del papel y podemos escribirlo juntos,
en paz y en unión.
Hoy empieza la Colombia de lo posible.
Estamos acá contra todo pronóstico,
contra una historia que decía que nunca íbamos a gobernar,
contra los de siempre, contra los que no querían soltar el poder.
Pero lo logramos.
Hicimos posible lo imposible.
Con trabajo, recorriendo y escuchando, con ideas, con amor, con el corazón y con el cerebro, con el esfuerzo.
Desde hoy empezamos a trabajar para que más imposibles sean posibles en Colombia.
Si pudimos, podremos.
Que la paz sea posible.
Tenemos que terminar, de una vez y para siempre, con seis décadas de violencia y conflicto armado.
Yo diría con dos siglos de guerra permanente, la guerra interna, la guerra perpétua de Colombia.
Se puede.
Cumpliremos el Acuerdo de Paz, seguiremos a rajatabla las recomendaciones del informe de la Comisión de la Verdad que nos cuenta de muertos,
depende desde qué fecha comencemos a contar,
cuando comenzaba a contar la Comisión de la Verdad, contó hasta la fecha 800.000 muertos por la violencia.
No podemos seguir en el país de la muerte, tenemos que construir el país de la vida.
Y trabajaremos de manera incansable para llevar paz y tranquilidad a cada rincón de Colombia.
Este es el Gobierno de la vida, de la Paz, y así será recordado.
La paz es posible si desatamos en todas las regiones de Colombia el diálogo social para encontrarnos en medio de las diferencias,
para expresarnos y ser escuchados, para buscar a través de la razón los caminos comunes de la convivencia.
Es la sociedad toda la que debe dialogar sobre cómo no matarnos y sobre cómo progresar.
En los diálogos regionales vinculantes convocamos a todas las personas desarmadas para encontrar los caminos del territorio que permitan la convivencia.
No importa los conflictos que allí haya,
se trata precisamente de evidenciarlos a través de la palabra,
de intentar sus soluciones a través de la razón.
Es más democracia, más participación, lo que propongo para terminar con la violencia.
Pero convocamos, también, a todos los armados a dejar las armas en las nebulosas del pasado,
a aceptar beneficios jurídicos a cambio de la paz,
a cambio de la no repetición definitiva de la violencia,
a trabajar como dueños de una economía próspera,
pero legal que acabe con el atraso de las regiones.
Para que la paz sea posible en Colombia,
necesitamos dialogar, dialogar mucho,
entendernos, buscar los caminos comunes,
producir cambios.
La paz implica que cambiemos indudablemente.
Claro que la paz es posible si se cambia,
por ejemplo, la política contra las drogas,
vista como una guerra llamada la guerra contra las drogas,
por una política de prevención fuerte del consumo en las sociedades desarrolladas.
Es hora de una nueva convención internacional que acepte que la guerra contra las drogas ha fracasado rotundamente,
que ha dejado un millón de latinoamericanos asesinados,
la mayoría colombianos durante estos últimos 40 años,
y que deja 70 mil norteamericanos muertos por sobredosis cada año por drogas que ninguna se produce en América Latina.
Que la guerra contra las drogas fortaleció las mafias y debilitó los Estados.
Que la guerra contra las drogas ha llevado a los Estados a cometer crímenes,
nuestro Estado ha cometido crímenes,
y ha evaporado el horizonte de la democracia.
¿Vamos a esperar que otro millón de latinoamericanos caigan asesinados y que se eleven a 200.000 los muertos anuales por sobredosis en los Estados Unidos?
¿Vamos a esperar que los próximos 40 años otro millón de latinoamericanos caiga bajo el homicidio y 2 millones 800 mil norteamericanos mueran por sobredosis?
O más bien, cambiamos el fracaso por un éxito que permita que Colombia y Latinoamérica puedan vivir en paz.
Llegó el momento de cambiar la política antidrogas en el mundo para que permita la vida y para que no genere la muerte.
Que nos quieren apoyar en la paz, nos dicen una y otra vez en todos los discursos.
Pues cambien toda la política antidrogas que está en sus manos,
en el poder mundial, en las Naciones Unidas, el poder de hacerlo.
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