西语助手
2025-10-09
Cuando las carabelas de Colón atracaron en islas de nombres raros y nuevos para Europa no solo comenzó un intercambio de metales,
alimentos, utensilios y costumbres:
empezó un nuevo y definitivo viaje de nuestro idioma.
El castellano que traían los tripulantes se encontró con decenas de lenguas ya asentadas en la zona—taíno,
náhuatl, quechua, guaraní, lenguas mayas,
entre muchas otras—, y ese contacto lo marcó para siempre.
Desde finales del siglo XV y a lo largo de los siglos XVI al XIX,
el español incorporó voces americanas que hoy creemos "de toda la vida" como hamaca,
maíz o chocolate.
Recorre con este video un repaso a la historia y esta última gran transformación de la lengua de Cervantes.
Comencemos con el período de 1492 a 1510: el encuentro de dos mundos y los tainísmos del caribe.
El 12 de octubre de 1492 marca un punto de inflexión:
con los primeros contactos en las Antillas,
el español se topa con la lengua taína (que pertenece a la familia de lenguas arahuacas).
Muy pronto, los cronistas empezaron a registrar voces que el castellano no conocía.
En los escritos asociados al primer viaje se consignan términos como canoa (embarcación tallada en un tronco),
hamaca, cacique o huracán;
el filólogo español Manuel Ariza subrayó que ya en 1493,
estas palabras aparecen en cartas de Colón,
y que los cronistas de la época los difundieron de inmediato,
siendo "canoa" el primer indigenismo emblemático.
La impronta taína se volvió "oficial" en la lexicografía del español de forma acelerada.
Entre 1494 y 1495, Antonio de Nebrija publica su Vocabulario español-latino;
los estudios sobre la datación de la obra han mostrado que allí aparece canoa,
un americanismo que respalda la impresión definitiva del Vocabulario y prueba la veloz integración de voces caribeñas al castellano peninsular.
A nivel semántico, estos taínismos hacen visible la lógica del contacto lingüístico:
el español no sustituye sus palabras europeas;
por el contrario, crea nichos para las nuevas realidades americanas.
Dicho de otra forma, Canoa no desplaza a la palabra barco; así como hamaca no elimina cama.
Incluso, algunos taínismos viajan fuera del mundo hispánico como el caso de huracán,
el cual entra en otras lenguas europeas a través del español con ciertas variaciones.
El DLE reconoce, además, voces probablemente taínas como barbacoa,
difundida en múltiples acepciones en América.
Pasemos ahora al período comprendido de 1519 a 1570,
marcado por la expansión mesoamericana y los nauhatlismos.
Con la conquista de Tenochtitlan, la actual ciudad de México,
entre los años 1519 y 1521, se abre un nuevo capítulo.
En un espacio plurilingüe en donde el náhuatl actuaba como lengua franca imperial y convivía con otras lenguas como el mixteco,
el zapoteco o el purépecha, el español tradicional de los conquistadores,
frailes y burócratas adoptó nahuatlismos que hoy son universales:
por ejemplo, tomate, aguacate, coyote o chicle.
Hubo, además, préstamos que circularon con ambigüedades etimológicas (por ejemplo,
cacao y chocolate, con orígenes discutidos entre lenguas mesoamericanas).
El DLE registra cacao con etimología náhuatl (siendo la tradición lexicográfica mayoritaria),
aunque buena parte de la literatura especializada matiza su origen en otras partes de Mesoamérica.
En la escritura, las Relaciones y crónicas novohispanas registradas en los siglos XVI y XVII (como la Historia verdadera de la conquista de la Nueva España,
publicada en 1632) son almacenes de americanismos.
De forma casi paralela, entre los años 1532 y 1572 se estaba llevando a cabo la conquista andina y conjunta recepción de quechuismos.
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Con la entrada de los españoles en los Andes,
el castellano interactúa con el quechua (una lengua de la familia quechumara) y,
en ciertas zonas, con el aimara.
De ese contacto nacen quechuismos hoy considerados panhispánicos o regionales como:
papa, pampa, llama, cóndor, quinua,
coca o cancha (esta última con vida nueva en el vocabulario deportivo).
Pero el influjo andino no se limitó al léxico.
Aunque el español americano mantuvo su arquitectura gramatical básica,
en áreas de fuerte bilingüismo (en Perú,
Bolivia, Ecuador y noroeste argentino) afloraron ciertos rasgos del contacto directo como alteraciones en el orden de palabras o una intensificación de los diminutivos.
Mientras tanto, en la región guaranítica en el actual Paraguay,
partes del nordeste argentino, sur de Brasil y Bolivia,
la tarea misionera —en particular las misiones jesuíticas desde 1609 hasta la expulsión de la Compañía en 1767— favoreció una intensa convivencia entre español y guaraní.
La historiografía sitúa la creación de las llamadas reducciones en 1609,
que eran núcleos de población en el que se agrupaba a indígenas dispersos,
con fines evangelizadores y de asimilación cultural,
y documenta su desarrollo durante unos 150 años;
la expulsión de 1767 interrumpe ese sistema, pero no el proceso del bilingüismo social.
Lingüísticamente hablando, el resultado más visible a largo plazo es el español paraguayo y el fenómeno de jopara (una mezcla funcional y variable de español y guaraní).
La literatura lingüística —clásica y reciente— ha descrito calcos sintácticos del guaraní en el español:
En el léxico, el español general recibió americanismos de origen tupí-guaraní como mandioca, ananá, jaguar o maraca.
Durante los siglos XVI y XVII entra en escena la cultura Maya de Yucatán y los mayismos.
En centroamérica, el contacto con lenguas mayas aportó voces como cenote,
papatús, papaya o cigarro La fundación de la Real Academia Española en 1713 inaugura un siglo XVIII preocupado por fijar norma y repertorio léxico.
El Diccionario de autoridades (de 1726 a 1739),
primer diccionario académico, integra voces y testimonios,
y, con el tiempo, la tradición académica incorpora y clasifica los americanismos como parte del acervo común (hoy continuado por la RAE y la ASALE,
con obras específicas como el Diccionario de americanismos).
De 1808 a 1826 transcurre un período conocido como la era de las independencias la cual no significó cambios estructurales en el español,
pero sí consolidó variedades americanas con rasgos propios:
léxicos regionales fuertes conocidos hoy en día como mexicanismos,
colombianismos, andinismos, rioplatensismos, entre otros).
Para el año 1840, tanto en Sevilla como en Buenos Aires,
hamaca, barbacoa, huracán, tomate, aguacate, papa, pampa, cenote o mandioca eran palabras españolas propiamente dichas;
unas panhispánicas, otras quizás más regionales,
pero en cualquier caso la lexicografía académica ya las había aceptado,
y los repertorios enciclopédicos ilustrados difundían sus voces.
Aunque la gramática núcleo del español siguió intacta,
el género de discurso, la pragmática y algunos usos específicos se ajustaron allí donde el contacto había sido más intenso,
sobre todo en los Andes y en Paraguay.
El español —como toda lengua viva— se dejó cambiar para poder nombrar:
objetos, paisajes, sabores, relaciones sociales,
formas de cortesía y otros aspectos de la vida cotidiana.
Ese viaje, iniciado en 1492, sigue en evolución incluso al día de hoy con una lengua panhispánica y pluricéntrica,
cuya historia no se puede llegar a entender del todo sin el aporte de las lenguas nativas de América.
¡Y esto es todo por hoy!
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